Las calles de la ciudad guardan secretos que solo unos pocos logran notar. Y en la esquina de la Escuela San Mateo, existía un misterio del que nadie hablaba, pero que todos, en algún momento, habían sentido.
Mateo, un niño de diez años, había crecido viendo el ir y venir de los autos frente a su escuela. Su madre le repetía cada mañana: «Nunca cruces sin mirar, esas líneas blancas te protegen, pero solo si las respetan». A él le sonaba raro, como si las líneas pintadas en el asfalto tuvieran algún tipo de poder.
Pero no fue hasta un jueves nublado que empezó a sospechar que su madre tenía razón.
Ese día, mientras caminaba con sus amigos, vio algo extraño: las líneas de la cebra parecían más anchas, más brillantes… casi como si se movieran levemente. Mateo frotó sus ojos. «¿Lo vieron?» preguntó. Sus amigos lo miraron confundidos. «¿Ver qué?»
Al día siguiente, ocurrió algo aún más extraño. Un auto venía demasiado rápido, ignorando la señal de zona escolar. Justo cuando parecía que cruzaría sin frenar, las líneas de la cebra se iluminaron por un instante y el vehículo se detuvo de golpe, como si algo invisible lo hubiera frenado.
Los niños sintieron un escalofrío. El conductor, pálido, miró hacia la calle y, sin decir nada, aceleró lentamente y siguió su camino.
Esa tarde, Mateo decidió contarle a su abuelo, quien era guardia de tránsito retirado. El anciano sonrió con nostalgia.
—No eres el primero que lo nota —dijo—. Dicen que hace años, cuando no había semáforos ni señales, los niños eran los que advertían a los conductores, saltando y corriendo para que los vieran. Hasta que un día, decidieron dejar su advertencia grabada en el suelo.
—¿Quiénes lo decidieron? —preguntó Mateo, sintiendo un escalofrío.
El abuelo se encogió de hombros.
—Nadie sabe. Solo dicen que, si un conductor no respeta la cebra, ellos mismos se encargan de recordarle por qué está allí.
Desde entonces, cada vez que Mateo cruza la calle, lo hace con cuidado. Y aunque sus amigos nunca han visto nada extraño, él sabe que esas líneas no son solo pintura… son un recuerdo vivo de quienes aprendieron demasiado tarde la importancia de detenerse.
Moraleja: Las señales de tránsito no solo están allí por norma, sino por las historias de quienes nunca pudieron cruzar.