Fábulas Urbanas: La última carga
Cuando Samuel encendía el motor de su tractomula, sentía que el mundo se rendía a sus pies. Durante años había recorrido las carreteras colombianas transportando mercancías de un extremo al otro del país. La vida en la cabina era solitaria, pero él disfrutaba la compañía del sonido del motor, la música en la radio y la noche extendiéndose por delante.
Una noche de invierno, Samuel aceptó transportar una carga especial. Le dijeron que era frágil, valiosa, y que debía entregarla antes del amanecer. Tomó la carretera atravesando el altiplano; la neblina cubría el camino como un manto espeso. Samuel conducía con la confianza de quien conoce cada curva, cada señal y cada tramo difícil del trayecto.
Pero esa noche, algo no encajaba. Las señales parecían diferentes, más brillantes, casi como si quisieran decirle algo. La radio emitía interferencias extrañas, sonidos distorsionados, voces lejanas susurrando cosas incomprensibles. Samuel intentó ignorarlas, concentrándose en su camino, pero la sensación de inquietud crecía cada kilómetro.
En medio de la espesa niebla, vio una figura al borde del camino levantando la mano. Era una mujer, envuelta en un chal oscuro. Samuel nunca se detenía por seguridad, pero algo en su mirada, profunda y desesperada, lo obligó a frenar.
—¿Necesita ayuda? —preguntó desconfiado.
La mujer levantó el rostro lentamente y, con una voz suave pero firme, respondió:
—Necesito llegar al otro lado. ¿Puedo ir contigo?
Samuel dudó, pero finalmente asintió. La mujer subió en silencio y él continuó la marcha. Por varios minutos ninguno habló. Finalmente, Samuel decidió romper el incómodo silencio:
—¿Viaja sola a estas horas?
Ella lo miró fijamente.
—Todos viajamos solos, aunque creamos ir acompañados —respondió con voz tranquila—. ¿Sabes qué llevas en tu carga?
—Algo valioso —respondió él, inseguro por la pregunta—. Pero no sé exactamente qué.
Ella señaló suavemente hacia atrás.
—Llevas lo más valioso de todo: oportunidades, recuerdos, futuros… y sobre todo, vidas.
Samuel miró por el retrovisor y sintió frío en la espalda. La carga parecía moverse suavemente, como respirando.
—¿Quién es usted realmente? —preguntó, ahora nervioso.
—Soy quien viaja contigo cada noche. Quien vela por tu carga. Pero esta vez vine porque necesitaba asegurarme de que entiendas lo que transportas realmente.
Samuel detuvo abruptamente el camión al costado del camino, bajó y abrió la compuerta trasera. Al levantar la lona solo encontró cajas, perfectamente selladas. Volvió rápidamente a la cabina, pero la mujer ya no estaba.
Con el corazón acelerado, prosiguió hasta el punto de entrega, donde lo esperaba un grupo de médicos. Al abrir la carga, Samuel descubrió con asombro que transportaba equipos médicos urgentes que salvarían decenas de vidas esa misma noche.
Desde entonces, Samuel conduce consciente de que no solo transporta mercancía, sino esperanzas, oportunidades, futuros que dependen de sus decisiones al volante. Y cada vez que atraviesa la niebla, sonríe, sabiendo que una presencia invisible, silenciosa, sigue acompañándolo en cada viaje.
Moraleja: Cada conductor transporta algo más valioso que mercancías: la responsabilidad de proteger la vida de los demás.